charcos vagabundos flotan rutilantes
sobre el suelo gris.
Mil espejos limpios y frescos reflejan
un único cielo de nubes cambiantes
de color de anís.
El aire huele a pausa, la luz despeja,
las fachadas lloran lágrimas brillantes
de maravedís,
y las pocas hojas que agarradas cuelgan
han cogido peso y se mecen con arte
de gran bailarín
Nueva y ya pulcra, la ciudad se despierta
y algún mirlo valiente silba su canto
con humor ligero
¡Quién fuera pajarito de voz perfecta
para ofrecerte al alba ese mismo encanto
de amor mañanero!
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