lundi 24 février 2020

Síndrome

El niño no sabe decir lo que los niños saben decir ; 
el niño calla y se agita y sofoca con luz de rabia
en los ojos, ansia rosada en la cara, cruz en los dedos.

El niño vive en su mundo y es un mundo de extranjeros
el mundo que sabe hablar y contar cuentos de magia.

El niño no quiere que lo toquen manos de no sabe quién ;
surgidas del aire lejano, de más allá de su piel, manos
que arrojan miedo sobre sus carnes, piernas y brazos
que apenas controla en su sorda burbuja, rehén
de un invisible esperpento. 

No sabe decir,
porque no sabe dónde empieza y hasta dónde
llega su cuerpo, su propio cuerpo, su aliento,
ni sabe si lo que sale de su boca se pierde en el viento
o si alguien sentirá en su voz el miedo, el horrendo 
terror, el temor al entorno como a un vacío que nada,
excepto acaso el amor sacrificado de una madre,
puede acalmar. 

Ese niño que no sabe decir
ni su nombre, ni su hambre, ni su fiebre, ese niño
tiene abiertas las puertas de un paraíso 
que se disfraza de infierno, de infierno, de infierno.

A ese niño le hablo yo ; quizás porque en lo más profundo
de mi diferencia con el mundo, soy de su mismo mundo,
soy de su mismo miedo, y comparto las mismas nubes
donde juegan sabios y risueños angelitos sin sexo.