vendredi 4 mars 2016

Él un dandy y yo un novato.

Me sorprendió el ladrido de un pastor alemán que custodiaba -eso dicen- la reja de los vecinos. Como un autómata recién activado miré por la ventana del saloncito que yo mismo había transformado en despacho.

Luz bella y sombras grises a lo lejos, y aquí cerca un patio hasta hace poco abandonado. Árboles jóvenes envidiaban la altura de una palmera que anunciaba al viajero mi nuevo hogar. Siguió ladrando el can y la palmera creciendo un rato. No sé en qué pensé pero acabó mi pensamiento en un silencio. Me di la vuelta y miré el cuarto desde la ventana. Había despegado los papeles pintados y dejado a la vista el yeso bruto que un amigo se empeñó en teñir de ocre... no sé si me acaba por gustar o si me voy acostumbrando. Los dos armarios de formica retornaron a la inexistencia de donde no debieran haber surgido jamás, y ahora dos amplias bibliotecas de olivo y pino corrían por las paredes y se hacían frente. Y frente a la ventana allá lejos frente a mí a una distancia infinita de cinco pasos, la puerta. Alfombras sobre alfombras por el suelo daban un toque oriental y nómada a lo que desde hace poco llamo "mi despacho". Y un despacho efectivamente ejerce su oficio de escritorio a la luz de la ventana. Una butaca única, huérfana y desparejada, esperaba algún cuerpo que se sentase a discutir relajado conmigo, en caso de que yo estuviera sentado escribiendo. Casi sillón, más que silla, pero sin relleno ni cojín, con finos brazos de olivo tallado, un asiento me tendía su estabilidad en un convite lógico. Respondí en ese instante de manera positiva y me fui a sentar.

Delante de mí había dispuesto unos cuadernos vírgenes, y varios tipos de lápices y bolígrafos. Me extrañó la ausencia de teléfono y de ordenador, y me agradó la luz sin piedad que me llegaba de la izquierda, mientras miraba la butaca enfrente.

Entró en ese momento sin su niña la que compartía mis días, mis noches y mis sueños. "Te gusta así?" y me dió un beso en el pelo, con su mano sobre mi hombro. No contesté, por no romper ese instante. "Mira, de esta botella sólo bebía él. A nosotras no nos gusta el brandy". La dejó sobre el despacho. La nena llamó a su madre desde otro lugar de la casa, y la madre salió deslizando lasciva sus pies sin ruido por las alfombras. Ella me daba con su amor su casa, con su casa una vida, y con su vida una memoria. Ella quería que me sintiera a gusto entre estas paredes que no he cementado yo, y en las que ahora apoyo mis libros como si me vistiera con un traje prestado.

Cerró la puerta tras de sí, con la dulce delicadeza de una musa que se sabe mirada y que deja en el aire turbulentas ondas de inspiración y onírica libertad para el artista. Eso hacía ella cerrando la puerta, confirmarme artista, autorizarme a que el tiempo sea cosas de otros y las formas y las realidades tomaran caminos relativos y mutantes. Igual hace quien echa mano del vino...

Hace poco me autodefinía poeta, y ella con benevolencia me creyó, por lo que no me hacía falta beber de la botella para embriagarme y recalificar la tosca realidad en historias y belleza. Pero una impulsión extraña le mandó a mi mano la posibilidad de abrirla y al menos llevarla abierta a mi nariz. 

"Nazarenos de Nazareth,
no de los que entre romanos pasean,
nazarenos palestinos, 
sortean un camello 
en un cruce de caminos.
Uno lleva al norte y otro
al este y al mar muerto
y el camino más abierto
lleva a la sagrada Sión
hasta el pie del muro del 
templo de Salomón."

¿ Sería tan fuerte el brandy que sólo con olerlo me llagaba esa voz desde recónditos pliegues de la inconsciencia? Percibí un destello en la butaca y siguió la voz:

"Colores de cepa bruta
en el fondo de la copa
Temores de tierra santa
los ocres que se le escapan
Y alcohol de exceso bíblico
del que condenó a Noé"

No era un destello. Cruzando las piernas y el cuerpo efectivamente relajado, un caballero sentado en la butaca admiraba la luz recia de la siesta a través de una copa en la que giraban tres centílitros de licor color de ámbar. Parecía que le hablara a la bebida misma.

"El sol jordano ha bañado
las uvas viejas y remotas
sublimadas en esencia
de regusto y Babilonias".

Me miró a los ojos con una sonrisa satisfecha, en absoluto altiva o despectiva, más bien cómplice, amable y distante por discreta. No lo saludé, ni le pregunté por dónde había entrado ni de qué derecho ni por qué razón estaba este hombre sentado en mi butaca. Me quedé observando si eran malicia o humor sus palabras. Entendí que me invitaba o desafiaba a expresar a mi vez lo que el brandy de la botella me inspiraba. Clavé decidido en su faz mi mirada juguetona, y acerqué a mi olfato la botella. Él habría hecho trampa, o algún truco de magia tribal y sugestiva, pues no cabían en mi mente otras sensaciones que las que con su voz me había dictado. 

Dije algo por inventar algo y por enseñarle a mi ladrón que yo también puedo ser poeta. Algo dije como:

"A la superficie
de este alcohol de bronce
delfines invisibles
te llevan y te esconden".

Se levantó mi invitado que nadie había invitado y se acercó a la ventana. Bebió un sorbo. "Me gusta" dejó escapar como si abriera un puño devolviéndole distraído la libertad a una mariposa presa. Me atreví : "¿Le gusta MI Brandy?". Me miró y mientras se esfumaba entre el yeso, los libros y las alfombras y dejaba en mis dedos su copa medio bebida me silbó: "Me gusta tu poesía".

Me dejó solo y helado, con mis libretas vacías y mi copa de brandy, él un dandy y yo un novato.


A Don Francisco Herrera Ruiz, poeta de Jódar


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