vendredi 4 mars 2016

El olvido efímero

Nadie había visto abierta la puerta de la casa desierta que había al fondo de la huerta. La llamaban "de la Muerta". Las ventanas cerradas a cal y canto, las paredes y tapias tapiadas por redes de yedra y rosales silvestres que urdían no un encaje de bolillos sino un encaje con bolillas de muérdago. Un manto de verde natura cubría el tejado y la estructura de esa casa desierta que había al fondo de la huerta. La llamaban "de la Muerta" y nadie había visto abierta la puerta.

Hacía sol. Había luz, había vida en las ramas florecidas de los manzanos. Vapor pegoso y gris subía del río. Tocaba el estío a su fin, era el fin, sí, del verano, y el aire fresco y temprano respiraba vida y luz.

Caminaba la nena, un bocata en la mochila, un pañuelo en la melena, y en la mano un ramo verde de manzanilla y yerbabuena. La cantimplora en la espalda le daba campanadas. Zapatillas de deporte, vaquero color azul, camisa de cuadros rojos, se le llenaba la mirada de trigos y de cebada, de frutos y flores, de campos, hierba y arena, de tierra seca y olores que perfumaban la senda, donde anticipando los calores iba caminando la nena.

Se paró un momento, cogió un palo, y mirando al suelo y definitiva trazó una equis. "Hoy", murmuró. Y a la izquierda de la primera trazó una segunda equis, y dijo : "Ayer". Y otra a la izquierda aún. Y fue trazando equis, tantas cuantos días llevaba de viaje. Decidida y concentrada. Llevaba treinta trazadas y dibujó un cuadrado y sobre el cuadrado un triángulo : "Mi casa", murmuró. Levantó la mirada al horizonte y así en pie, con una mano sobre el palo, parecía un pastor íbero, o un príncipe romano. Su pecho de hembra magnífica la dibujaba en presente, pero su mente ausente, su mente... Su mente se paró un momento.
"¿Dónde vas, niña del alma
dónde vas, sola y sin miedo?
Vuelve, que te espero en casa,
vuelve, que en casa te espero"

Regresó al presente la mente ausente y rechazó una lágrima. Miró al suelo, vio la casa y con el pie borró el dibujo, borró el cuadrado y el triángulo, borró las treinta equis. Se levantó un poco de polvo, un poco de tierra; sacó la cantimplora, bebió un trago, humedeció su garganta y su boca entera, pasó su lengua sobre sus labios rojos, se convenció de que era ella, se quitó el pañuelo, se limpió los ojos, y con la melena ya suelta y ella toda resuelta, se echó a andar.

El agua en la cantimplora cantaba más fuerte que las nostálgicas coplas que hacían eco en su frente. Estuvo andando y anduvo estando, parándose a ratos y a ratos saltando. Ignorante de órbitas y carreras estelares, percibió una sombra más corta, sombra que en suelo le escribía que iba llegando el mediodía. No fue pereza, fue disciplina : la nena decidió pararse y sacar de la mochila el bocata, la cantimplora, una libreta y una pluma de tinta china. Buscó sombra y se sentó. Se apoyó sin darse cuenta, en una puerta cerrada y cubierta por un manto de verde natura.

Relajó su musculatura, y de aperitivo masticó una hoja de yerbabuena. Rajó el cielo un vuelo extraño de cigüeñas : a destiempo parecían dirigirse al Sur. Cerró los ojos como para irse con ellas, y con la menta en boca y la mente ausente, volvió a escuchar el canto insistente :
"¿Dónde vas, niña del alma
dónde vas, sola y sin miedo?
Vuelve, que te espero en casa,
vuelve, que en casa te espero"

****

Un cuaderno, una mochila, una pluma con tinta china, una cantimplora medio vacía y ... poco más : eso había delante de la puerta que no se veía y que nadie había visto abierta. Pasó el día y la noche y al día siguiente otro día y otro día y otra noche... Y el otoño cambió el verde en ocres y rojizas rojas hojas cayeron al suelo y con el invierno más tarde de nuevo se vio la estructura, el tejado de esa casa oscura al fondo de la huerta. Tenía un nombre esa huerta y esa casa, tenía un nombre también la nena, ésa del pañuelo en la melena y de un sueño en la mirada.

(a mi compañera Raquel Aranda Zafra, amiga de secretos)


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